viernes, 14 de noviembre de 2008

Después de la cabezada

Tarde otoñal. Con un sol radiante que penetra, timidamente, a través de una de las ventanas y parte del balcón, de la estancia mayor de la casa. Hace fresquito, 18º marca el termómetro que tengo delante de mis narices, girando la cabeza en un ángulo de 60º. Como podreis deducir, he trasladado el escritorio a la mesa de comer; si para este menester no le doy uso, se lo daré para áquel. Las noches, a medida que nos vamos adentrando en el mes de noviembre, se van mostrando más frias. Para combatir el cambio climático se pone en marcha la calefacción, la caldera y los radiadores calientan el recinto. En el camastro estoy bien protegido, manta y edredón. Tengo que hacer una escapadita, cuando finalice esta tarea, he de comprar algo de fruta; estoy en las últimas. Hoy, como no me apetecia meterme en la cocina a preparar el menú, cuando salí de la sesión de rehabilitación, del hombro, -alguien o alguno podria pensar que dichas sesiones eran debidas a excesos en el uso de estupefacientes o bebidas alcohólicas-, como todavía era muy pronto para ir al restaurante, me fuí a dar una vuelta por la parte monumental y allí me encontré con innumerables tenderetes, expandidos por todo el casco antigüo. Luego recordé haber leido algo sobre un mercado de las tres culturas, obviamente: judia, cristiana y musulmana. Esto ahora está de acuerdo con lo políticamente correcto, os suena algo la expresión "alianza de las civilizaciones". Pues helas ahí. Vestidos estaban con sus sayones y sus turbantes, los unos y con vestidos de épocas pasadas, los otros. También habian camellos, dos, en ellos iban subidos un par de turistas, pensé yo, igual eran de mi barrio. Me acordé de Isabel M., al llegar a mis orejas, penetrando el sonido en los oidos, como orquestaban una música que debia ser celta, luego ví a la orquestina, compuesta por tres músicos. La conclusión que saqué era que se trataba de gallegiños, en el entorno habia varios tenderetes con productos de aquella tierra. A mi, los dientes se me pusieron más largos, parecia drácula, viendo tantas viandas con tan buen aspecto, ya dulces, ya salados, panes. No, no habia peces. Aplicarán el dicho de que quien quiera peces, ya sabe lo que ha de remojarse. Al final, me marché con mi frustración por no catar nada y para consolarme me fuí a comer. Judias verdes con jamón y no se qué de cerdo, así que no os extrañe que esta tarde pueda tener pinta de cochino. Aquí finalizo mi plática y me voy a refrescar las ideas, la cabeza me bulle como si fuera la olla rápida, pues como antes decia tengo que mercar algo de fruta.

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