Una vez finalizada la visita de la pareja domiciliada en la muy selecta zona del Sr. Cea Bermúdez, voy a intentar recapitular los acontecimientos acaecidos durante los dias que se ha disfrutado con su presencia. Como la climatologia era propicia para no tener que poner en marcha el sistema de calefacción, nos hemos librado de posibles quejas, si bien, en la noche de su arribada, estuvo funcionando durante un pequeño espacio de tiempo antes de su entrada triunfal. Desayunamos el consabido chocolate, siguiendo con la costumbre, no diremos que ancestral ya que es de uso reciente, en la mañana del jueves. Tras dar un paseo por la parte monumental del lugar, tomamos un aperitivo y regresamos a casa para degustar en rico potaje de garbanzos con espinacas y bacalao que el chef habia cocinado la tarde del dia precedente; reconozco la carencia de sal, norma del cocinero. El problema, de fácil solución, se solventó tirando de salero. Así comenzábamos a cumplir con el primero de los propósitos manifestados por los viajeros. No enclaustrarse entre fogones. Por la noche, vinieron los "lejostilleros" y nos fuimos al Montaito, que cae cerquita y además tenian una muy atractiva oferta de menú. El viernes, después de aprovisionarnos de las viandas para la barbacoa nocturna, nos fuimos a comer al restaurante Casa Diego. La carta no estaba mal. Lo peor fue después cuando, con la tripa llena, hubo que subir la pequeña cuesta. Al final lo conseguimos y pudimos reposar durante unos minutos, a las seis llegaba el taxi mejostillero para trasladarnos a su garito, acepción 4 de la madre RAE. Nos untamos el hocico con la grasilla que desprendian los productos derivados del guarro, puerco, cochino o marrano, según la denominación que cada uno quiera aplicarle. Se trató del viaje del sábado para recorrer el valle del Jerte. En la noche anterior se expuso la teoria sobre la saturación de vehículos y visitantes que por aquellos términos aparecerian, máxime teniendo en cuenta la publicidad que se le habia dado al evento de la floración cerecera y ser puente en Madrid. Juanito estaba un tanto compungido, al escuchar la dificultad que la ventura entrañaba. Era tanta su ilusión que aquel razonamiento tiraba por tierra su afán de aventuras. Al final, se concluyó que iriamos a ver los cerezos floridos, pero habia que madrugar. Hora de partida las nueve. Como cirios, a dicha hora estábamos plantados en la calle esperando el autobús. Partimos a toda marcha y a pesar de los vaticinios, no encontramos dificultades en el camino. Los transeuntes mayoritarios nos los topamos de frente. Hicimos fotos desde distintos puntos, como pueden verse en los albúmenes de Picasa que tenemos abiertos. LLegamos hasta El Barco de Avila, me hubiera gustado mercarme algunas de sus afamadas alubias, pero como la visita quedó en la periferia, circunscrita al recinto del castillo que junto a la entrada habia, no pude. Al fin y al cabo, a diferencia de Juanito, no me ocasionó ningún contratiempo, "u sease", no me traumaticé. Nos pusimos de nuevo en ruta, camino de Béjar, donde iriamos a reponer fuerzas. En el trayecto apareció un indicador que ponia Candelario. Yo propuse cambiar de planes y variando de rumbo dirigir nuestros cuerpos serranos al mencionado lugar, de tan gratos recuerdos. Los que no lo conocian les resultó atrayente. No se pueden discutir sus encantos, a no ser que yo lo vea con ojos del pasado, cosa que no puedo obviar, pero aún así, hoy lo sigo contemplando con la misma mirada. Una vez saciado nuestro apetito, volvimos a la carretera. Siguiente parada, Hervás. Allí., los cafeteros tomaron su cafetito y yo, por no quedarme mirando, me bebí un brebaje, en este caso, una manzanilla en infusión. No quiero que, aquellos que no estuvieron presentes, crean era la que se encuentra en botellas de cristal. Continuamos la marcha hacia Cáceres, yo hubo un instante que me dejé acunar por el dios Morfeo, serian los garbanzos y el chuletón que estaban en ebullición, no he querido hacer un pareado, pero así ha salido. A las ocho quedamos en Cánovas para tomar unos pinchos en alguna terraza. Fuimos a la plaza Mayor y la verdad es que no quedamos plenamente satisfechos con lo allí degustado. La opinión generalizada fue que en aquel recinto no volveriamos a sentar nuestras posaderas. Con la venida a casa y la levantada temprana para acompañar a los ¡viajeros, al tren!, concluye el relato de este cambio de hábitos cotidianos. Hoy volvemos a la rutina. Con la foto que incluyo quiero dejar constancia de nuestra visita al valle del Jerte, que no de la Vera, como se habia metido en mi dura meolla.
lunes, 23 de marzo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Que quede claro, yo no lloro ni me "compugno", pero está claro que si algo quiero debo de "hacer que lloro". (Sino no mamo..como se dice) y a buena fe que funcionó, ya que vimos el florido Jerte, y seguro que a los demás también les gustó...
Papi, tu redación me ha causado un dolor de estómago tremendo........
¿habéis estado a dieta rígida estos días, eh???
Y Juanito, llorica como su ahijada... ay ay ay blandi...
muac de nuevo
Publicar un comentario